lunes, 16 de noviembre de 2015

LAS UÑAS



ILUSTRACIÓN: MANUEL F. TORRES



El diálogo viene a ser éste:

AVNER: ¿No os dais cuenta de que cada vez que matamos a uno de los suyos lo sustituyen nueve peores?

EPHRAIN: Porque nos crecen las uñas ¿vamos a dejar de cortárnoslas?

Pertenece a la película "Munich" (Steven Spielberg, 2005) que es uno de los filmes más contundentes y certeros que se puede ver para entender el terrible problema que ocupa al mundo: el terrorismo.

Este filme centra su trama en la operación negra del Mossad conocida como "Cólera de Dios" que se puso en marcha tras el secuestro y asesinato, por parte del grupo terrorista Septiembre Negro, de once atletas israelíes durante los JJOO de Munich en 1972. No obstante, siendo ese el tema central, el subtexto del largometraje se esfuerza en hablarnos del origen de la escalada de violencia que, al día de hoy, impregna el mundo. Una violencia que, en realidad, nada tiene que ver con fundamentos ni fundamentalismos religiosos aunque éstos se utilicen como disfraz para ocultar los sempiternos factores económicos y geopolíticos.

Y digo que la película se esfuerza porque, en estas cuestiones de terrorismo de estado y de terrorismo sin estado, el problema se traduce siempre en el dilema irresoluble del huevo y la gallina. El caso es que, intentando dar con el origen, terminamos asistiendo a las consecuencias que Spielberg subraya, con trazo soterrado pero implacable, en la secuencia final. Pese a las críticas que los israelíes vertieron sobre la cinta, el discurso del director y sus guionistas es honesto e intenta mantener el equilibrio de la objetividad. 

Y es que en un mundo regido por las causas, por los efectos consecuentes y por su conversión en nuevas causas y efectos, el gravísimo problema que debemos solucionar no es el de esta III Guerra mundial -encubierta pero real- que vivimos desde el mismo instante que concluyó la II Guerra Mundial; el gravísimo problema consiste en cómo vamos a lograr la paz.

He hecho esta amplia introducción remitiéndome a la película de Spielberg porque dio la casualidad, este fatídico viernes 13, de que era la que estaba viendo yo, ajeno a los acontecimientos, la noche en la que cientos de víctimas eran masacradas en París. Al concluir, realicé un zapping y me di de lleno, en el informativo nocturno de TeleMadrid, con la señal en directo que mostraba el horror cercano, el que nos duele más porque atenta -de forma cruel, directa e injustificable- contra nuestra forma de entender la felicidad; ese acuerdo platónico que las clases bajas y medias nos resistimos a romper por mucho que los poderes fácticos se orinen en su fórmula sencilla: libertad, igualdad y fraternidad.

La sensación que experimenté fue la de una continuación de la película -de los hechos que se relatan en ella- pasados cuarenta y tres años.

Después guardé silencio y así me he mantenido hasta hoy. Mirando, escuchando, leyendo y, de cuando en cuando, llorando. No podía quitarme de la cabeza el recuerdo de mi experiencia durante los atentados del 11M. No lograba quitarme del corazón la sensación de culpa que arrastré durante aquellos trágicos días de Madrid.

El caso es que entre mi silencio, mi atención y mi sensación de culpa; se fueron colando los discursos de las fuerzas políticas, las posturas de los medios de comunicación, el postureo de quienes disponen de micrófonos en la boca y, cómo no, de los comentarios en las RRSS. Con todo ello, y tras una reflexión profunda, elaboré mi propia opinión sobre lo ocurrido y, ante todo, sobre lo que nos ocurre. Compartiré ahora la segunda ya que la primera es tan personal que, en realidad, es íntima. Ni la expongo ni quiero debatir sobre ella. 

Sobre lo que nos ocurre, sí quiero hablar.

Porque lo que nos ocurre es que somos, como gran conjunto social, manipulables y manipuladores en grado sumo. Me aventuro a pronosticar que si durante la jornada del sábado, posterior a los asesinatos, se hubiese hecho una encuesta para estimar si la población europea deseaba una intervención bélica, a gran escala, para darle la del pulpo al Estado Islámico; estoy más que seguro que hubiese salido un "SÍ" como la copa de un pino o de un misil. De hecho, Hollande, el presidente francés, y Manuel Valls, su primer ministro, se han llenado la boca con su declaración de guerra y muchos, muchísimos, aplaudieron la palabra: querían oírla de una vez por todas. Nada de intervención armada, de bloqueo militar, de bombardeo selectivo, de fuerzas de ocupación... Guerra, de una vez por todas, guerra sin reflexión; guerra sin darnos cuenta de que el modelo de conflicto mundial ha mutado transformándose en esto que llevamos sufriendo, de forma global, durante algo más de medio siglo. Es así, el tercer conflicto mundial es una guerra sin cuartel, sin territorios definidos. Es una guerra fría, una guerra oscura, una guerra económica de tapadillo, una guerra de propaganda y una guerra destinada a la destrucción de las libertades tal y como las deseamos.

Y, de este modo, por tirar de las tripas y no de las mentes, se borró y reseteó la memoria de la ciudadanía pacífica y demócrata y se decidió que volvíamos a tener las uñas largas. Se recuperó y creció el discurso de la venganza y vimos, en el ámbito internacional, a Marine Le Pen, del Frente Nacional, a su colegas de Pegida en Alemania, a Amanecer Dorado en Grecia y a miembros de Tea Party estadounidense; abogando por el cierre de fronteras, el cierre de mezquitas y la expulsión de musulmanes y refugiados. 

A su vez, en España, tuvimos que escuchar a Francisco Marhuenda, a Eduardo Inda y a Isabel Díaz Ayuso del PP, solicitando en el programa de TV "La Sexta Noche*, como si fueran el coronel Kurtz de Apocalypse Now, que se tirara la bomba, que se aplastase de forma fulminante a los yihaidistas pues no veían mejor solución contra este cáncer mundial cuya punta del iceberg es el Estado Islámico y la casi olvidada, pero muy activa, Al qaeda. 

Pero, de todos ellos y ellas, nadie, salvo para establecer comparaciones evidentes, recordó nuestro 11M en tanto a las causas y las consecuencias. Y si alguien se lo traía a colación en el debate de La Sexta Noche, contestaban que Bush, Aznar y Blair dejaron de mandar hace mucho y, por tanto, pelillos a la mar. 

No. Ninguno de ellos y ellas recordaban que la guerra consiste en ataques y defensas, y que los ataques del yihaidismo se fundamentan en esto que nosotros llamamos terrorismo pero que, en realidad, si hablamos de estrategia militar, consiste en la guerra de guerrillas que tantas victorias insospechadas ha generado y que, por no alejarme mucho en la historia, van desde la Guerra de la Independencia Española, hasta la Guerra de Vietnan, pasando por la Guerra Ruso-Afgana de la cual surgió Al qaeda financiada por el capital estadounidense entre otros.

No. Todos ellos y ellas prefieren repetir el modelo. Se olvidan de las causas y de los efectos quizá porque sus hijos e hijas no son trasladados a las zonas de conflicto, sus hijos e hijas no viajan en cercanías para ir a trabajar, o porque, sus hijos e hijas, tienen prohibido ir a ver a grupos de hard rock en salas sin zona VIP. Y, claro está, sin ese miedo es mucho más sencillo solicitar una guerra en la que van a morir otros y otras. Los suyos no; sus hijos e hijas, nunca.

Por otro lado, PSOE y C´s creaban una celada a Podemos consistente en la adhesión al reciente pacto de estado contra el yihaidismo -firmado y consensuado entre PP y PSOE- y lo hacían esgrimiendo ese argumento tan peregrino (y ausente de ideología democrática) que consiste en el “si no estás conmigo, estás contra mí”. Gracias a este silogismo, falaz y populista, Inda, con su verborrea creada al abrigo del Opus Dei, llegó a calificar a los votantes y simpatizantes de Podemos como unos auténticos malnacidos. Y se quedó tan pancho.

De manera que para concluir esta opinión sobre los que nos ocurre, sólo me queda hablar de la otra opción: la opción de un mundo civilizado real, esa opción que nada tiene que ver con este otro mundo feliz en el que creemos vivir hasta que irrumpe la figura del salvaje y se nos acaban las dosis de soma.

Esa otra opción precisa apoyar, aún con más medios, la investigación que llevan a cabo los cuerpos de seguridad de cada estado; fuerzas que, al contrario de lo que ocurre con las tropas, con las fuerzas armadas, cada vez están más especializadas en esta materia. La fuerza militar sabe de tácticas de ataque y de defensa, de ayuda humanitaria de gran volumen en casos de tragedias medioambientales -donde el control y el restablecimiento del orden es fundamental en el corto plazo- y de garantizar, sobre territorios en conflicto, que los organismos civiles de ayuda y cooperación puedan llevar a cabo su labor garantizando su seguridad. Pero, de investigación y lucha contra el terrorismo, sólo se pueden tener en cuenta sus acciones y riesgos sobre terreno hostil.

Esta opción precisa, también y de forma fundamental, bloqueos financieros claros. Hemos de ser conscientes de que gran parte de los fondos que los grupos terroristas utilizan para mantener sus fuerzas, provienen de tres fuentes: el narcotráfico, la extorsión y, en el caso del ISIS, además, el petróleo que ya controlan y venden en los mercados negros. Todo ese dinero sucio opera en nuestro mundo para lograr infraestructuras de ataque, infraestructuras de propaganda y captación y, finalmente, infraestructuras de aprovisionamiento armamentístico. Todo ese capital no se guarda bajo colchones ni en cajas de zapatos. Ese capital se encuentra en esa banca paradisiaca contra la que nunca se actúa. Y lo sabemos (esto ya está ampliamente contrastado) con sólo echar un vistazo a la lista Falciani y comprobar lo que los narcotraficantes guardan en Suiza. Mirad ese capital y multiplicadlo por las decenas de paraísos fiscales, herméticos, que operan en la economía mundial y sabréis cómo se puede financiar el transporte de petróleo para su venta fuera de Siria e Irak; cómo se pueden comprar armas y su correspondiente balística; cómo se puede transportar e introducir ese armamento, de forma sistemática, en países aparentemente impenetrables para este tipo de comercio, y, en definitiva, cómo se pueden saltar los controles para introducir células armadas en nuestra corrupta Europa.

Recordad también que las armas las fabricamos nosotros, los civilizados, y se las vendemos a ellos, la barbarie. No existe ni una sola fábrica de armamento de asalto en todo Oriente y, mucho menos, en toda África. Quien diga lo contrario se está inventando otras armas de destrucción masiva. En EEUU, en Rusia, en Francia, en Alemania, en Italia y en España, sí se fabrica ese armamento y esa balística. Comerciamos con este material. Nuestros gobiernos y las industrias de armamento atienden a los beneficios y, luego, cuando morimos, aseguran que venden armas a países como Arabia Saudí porque controlan el fin último de ese armamento.

La tercera clave es la solidaridad y en ella se encuentran la educación, la asimilación, la inclusión y la dotación de recursos a los que sufren y a los que no prosperan. Una dotación controlada desde las administraciones para que lo que se envía llegue a donde se necesita. Digo esto porque es un dato contrastado el que pone de manifiesto que la mayor parte de las ayudas económicas, enviadas al tercer mundo, se queda en manos de los señores de la guerra, de las mafias que crecen y se reproducen con cada nuevo punto de conflicto y, sin lugar a dudas, en manos de gobernantes corruptos e intermediarios de baja estofa.

Se ha dicho estos días -y así termino esta larga reflexión- que el problema no tiene solución. Ni armada ni pacífica. Yo creo que sí la tiene, que dicha solución pasa por estas tres medidas y, sobre todo, por un plus de coherencia -necesaria más que nunca en nuestros representantes políticos y en el resto de la sociedad libre y pacífica- que nos haga entender que cada vez que nos cortamos las uñas hacemos que las nuevas nazcan más fuertes, nazcan como garras.

Según termino este artículo, los aviones franceses, en coordinación con la aviación de EEUU, de Jordania y de Emiratos Árabes; han bombardeado la ciudad de Raqa, ciudad que ISIS considera la capital de su contingente armado.

La guerra, invisible para Europa, va a tomar cuerpo y sangre. Mi pésame más sentido a todas las familias de las víctimas.

(*) Dado que el programa de TV "La Sexta Noche" tiene una duración muy extensa, no he incluido enlaces al mismo pues me es imposible ir seleccionando cada corte. Si deseáis verlo, está subido a youtube por piezas de 20 minutos aproximados. Sólo con indicar el nombre del programa y la fecha os aparecerán todos los enlaces. 

domingo, 1 de noviembre de 2015

FIN DEL RECREO



FIN DEL RECREO




Vuelvo en mí.

Gotas de sangre sobre el suelo del patio.

Son mías.

Recibo una patada.

Lloro.

Mi sangre encharca los adoquines hexagonales. Intento ponerme en pie, un golpe en la boca me lo impide.

Mis labios estallan.

Escupo.

Mi saliva es baba y metal.

Las piernas no me obedecen.

Tiemblo.

Lloro.

Veo los zapatos de un grupo de muchachos, sus pantalones cortos, la diversión del patio del colegio. Sé dónde estoy, sé quién soy, sé mi edad, sé que he intentado luchar.

A un cabrón de octavo curso no le ha gustado que besara a su chica. 

Merceditas.

Odio que mi madre la llame así cuando Mercedes viene a mi casa. Es la hija de la vecina. Suele dejarla con nosotros mientras va al economato del cuartel. Le dice a mi madre que no le gusta cómo miran los soldados a la niña.

Yo también la miro. Me gusta todo de ella desde que éramos pequeños. Me gusta todo de ella desde que se ha hecho más mayor que yo.

Golpe en el estómago.

El dolor desaparece rápido. Ya apenas si siento nada. 

Sé que Mercedes le ha contado una mentira; que le ha dicho que estuvimos dándonos el lote la tarde anterior en el parque de los tubos; sé que se lo ha contado para ponerlo celoso; sé que ella está contemplando cómo me muele a palos y que no hará nada por evitarlo. Desde algún lugar del patio, orgullosa, observa lo que un hombre es capaz de hacer por amor. 

Los príncipes azules pueden ser unos hijos de puta. Las princesas también.

Escucho a Mercedes deteniendo el combate. Es su voz de niña de octavo curso. Es su voz de cuando lee en misa de domingo. Esa voz que no sé qué me hace.

El timbre.

El círculo que han formado los muchachos para ocultar la pelea se disuelve. Permanezco arrodillado. Siento cómo la sangre se mezcla con mis lágrimas, con mis mocos, con mi vergüenza. Todo el mundo desaparece por el portón que da acceso a las aulas. Mercedes no. Mercedes me mira. La veo mientras me incorporo y aguardo que, al menos, me llegue una caricia suya, un agradecimiento por no delatarla, por haberme comportado como un caballero... Cualquier cosa que sepa a recompensa, a promesa, a beso.

Me ayuda a ponerme en pie y eso es casi suficiente. 

El cabrón de octavo curso regresa al patio, contempla la escena, corre hacia mí.

Oscuridad.

Adiós al recreo.

Adiós al dolor. 

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