A Lola Navarro Kellermeier,
ella motivó un relato que se perdió para sembrar la esencia de este otro.
––Mira
a ese tipo…
––¿A
qué tipo te refieres?
––Al
que está sentado frente a nosotros, en la mesa de la derecha. Espera, que ahora
le tapa el camarero… ¡Joder,
se parece una barbaridad a Donald Trump! ¿Te has dado cuenta? Digo ése, el que está sentado entre la mujer del traje plateado que no para de
reír y la joven de rojo que no para de parlotear.
––¡Qué
raro!
––Yo
diría que el parecido es asombroso y que su conducta resulta de lo más extraña.
––Y
yo afirmo que lo raro es el hecho de que distingas entre lo que son mujeres y lo que son
jóvenes, así, a secas, como si existiera una línea que separara el factor de
ser joven de la categoría genérica de ser mujer. Ese detalle dice mucho y muy malo de ti.
¿Podemos ir a lo nuestro, por favor?
––Por
supuesto, tan sólo pretendía calentar motores. La cuestión es que la actitud de
ese tipo en una noche como ésta resulta sorprendente y, además, confirma mi
teoría.
––Lo
que deberías confirmar, o al menos percibir, es que con cada año que pasa tu
interpretación de un ser repelente se apodera mucho más del ser bondadoso,
amable y cariñoso que eres en realidad.
––No
soy nada de eso, Adriana… De serlo, hoy estaría cenando con mi mujer en lugar
de hacerlo contigo.
––Samuel,
cariño, que pretendas mentirme, pese a los años que llevamos repitiendo esta
rutina, es algo sobre lo que no te puedo reprochar nada. Tú pagas, tú eliges tu
fantasía y yo a callar… Pero no me cuentes que celebras fiestas con tu mujer.
Ni las celebras con la actual ni las celebrabas con las anteriores.
––No sabes de qué hablas.
––Mira,
si algo se aprende con facilidad en mi negocio es a distinguir entre un humilde
padre de familia y un tipo como tú.
—Adriana,
sabes que te contrato para que seas sincera conmigo sobre cualquiera de mis
planteamientos, brutalmente sincera si es que eso es posible; pero no te
contrato para que saques tu manual de meretriz y me compares con alguno de tus
clientes.
––Yo
no soy una puta, pedazo de cabrón. Lo fui pero ya no lo soy. Además,
gilipollas, para tu información te diré que en todo este tiempo he logrado
terminar dos carreras, una de ellas cum laude, lo que me convierte
en una persona mucho mejor preparada que tú…
––Y
aquí estás.
––Sí,
aquí estoy. Repasemos: al día de hoy eres mi único cliente, no me he acostado
nunca contigo, pasamos juntos unas horas al cabo del año, te cobro una buena
pasta porque soportar tu arrogancia es un trabajo extenuante, y te aseguro que ninguna de
estas cosas me convierte en una prostituta. Por la contra, tú para mí nunca
serás una persona, siempre serás un puñetero cliente.
––Todos
somos clientes, si lo piensas comprobarás que tú también has sido clienta mía.
––Te
equivocas. Las personas son clientes durante un porcentaje alto o
bajo de su día a día. Esto quiere decir que son gentes sin una necesidad
comercial durante otro porcentaje alto o bajo. En cambio, tú, para mí, eres
cliente todo el tiempo, desde que salgo de mi casa para encontrarme contigo
hasta que regreso con ganas de cortarme las venas tras haber compartido una de
tus conversaciones pedantes, incluidas, cómo no, estos chequeos culturales que te empeñas en mantener cada noche de fin de año.
––¿Ser
sincera conmigo te produce ese efecto?
—En
realidad, Samuel, tú no compras mi sinceridad, tú me pagas para que cuestione
tus teorías durante unas horas ya que nadie se atreve a hacerlo. No soy sincera
contigo, simplemente busco argumentos para llevarte la contraria. Por lo demás,
estoy segura de que ni tus hijos, ni tus esposas… que ni siquiera tu madre es
bien recibida si se le ocurre opinar sobre lo que piensas y sobre lo que no
piensas.
––No
sé de dónde sacas tus conclusiones; no conoces ni a mi madre, ni a mis esposas,
ni mucho menos a mis hijos.
––Sé
lo que tú me has contado de toda tu familia a lo largo de estos quince años.
––Quince años que
se reducen a cuánto, ¿a cien días?, ¿a cuatrocientas horas? No se conoce a
nadie en tan poco tiempo. Es más, tienes razón en un detalle: esta es mi
fantasía, pago por ella, la recreamos y el hecho de que todo sea mera
recreación convierte en algo bastante probable que todo cuanto te he contado
sobre mí sea pura ilusión. Por cierto, la joven de rojo se ha levantado. ¿Cuál
de las dos crees que es su pareja?
––¿Debo
elegir entre la mujer de cuarenta y pocos y la mujer que camina hacia los
treinta?
––Hazlo
y después me argumentas tu decisión.
––Ninguna
de ellas es su pareja. Se trata de un timo y ese tipo va listo.
––Explícate…
––¡Muy
bien, juguemos! Ésta es mi hipótesis: lo que iba a ser una fiestecita
particular entre chico y chica, con cena, baile y polvos varios; se ha
convertido en un error del cliente en su solicitud a la agencia. Se le han
presentado dos señoritas de compañía, con toda probabilidad madre e hija,
haciéndole creer que no se conocen entre ellas. Habrán logrado que el tipo
evite montar un escándalo. Quizá le hayan mencionado al maromo de
seguridad de la agencia que espera afuera, controlando que todo se desarrolle
con normalidad, y así, acojonado de veras, el pobre primo habrá aceptado la
situación.
––¿Lo
dices en serio?
––¡Y
yo qué sé! ¡Tienes ahí a un tipo que se parece a Donald Trump, lo cual ya
es extraño; le acompañan dos mujeres con un aspecto estupendísimo
que también están simulando algo que no son! ¡Y resulta que, en una cena de
nochevieja, él lleva todo el rato con una cara de palo de las que hacen época!
––Veo
que tú también lo has estado observando, aunque, en realidad, no nos ha quitado
el ojo de encima desde que nos hemos sentado. Y así ha seguido durante lo que
han tardado en servir los malditos cinco platos.
––Llevo
casi dos horas sentada frente a esos tres, ¿cómo no me voy a fijar?
––Dame
una conclusión…
––Mi
conclusión es que a ese hombre le pasa algo que le está retorciendo las tripas,
una situación de la que no sabe escapar mientras asiste al espectáculo de ver cómo esas dos pájaras se parten de risa en su cara. La que tiene es
la expresión del típico listillo cuando descubre que se la van a pegar sin
remisión. Si no me equivoco, ellas tardarán poco en sacar sus móviles y se
harán unas cuantas fotos con el incauto. Él no sabrá negarse y de ese modo
pondrán en marcha un mecanismo que le va a arruinar la vida.
—Ya…
—Ahí
tienes mi opinión, ahora dime qué vas a demostrar con ella.
––Verás:
mi teoría mantiene que, en lo que toca a las relaciones con nuestros
semejantes, nos comportamos como cazadores de espejismos en lugar de hacerlo
como cazadores de realidades. Los estudios sobre la conducta nos dicen que el
ser humano se dedica a observar las vidas de sus semejantes para encontrar en
ellas rasgos y comportamientos que le atraigan o, por el contrario, que le
impulsen a rechazarlas. Nos venden esto como si el proceso de selección
natural, instintivo e intuitivo, cuyo código conductual se transmite
imperturbable de generación en generación, tuviera como finalidad la mejora de
la especie. Pero la realidad es muy distinta…
––Presiento
que pronto vas a soltar alguna máxima hitleriana.
––Ni
mucho menos. Olvídate de soluciones finales, de Nietzsche, de su übermensch y
de las teorías evolutivas darwinianas. Te estoy hablando de una suerte de
propiedad reflexiva, de ese espejo que utilizan los seres humanos para intentar
acertar cuando deciden iniciar una relación; de esa capacidad para buscar en el
contrario nuestras propias facultades, nuestro propio ego o, al menos, la mayor
parte de él. Una barrera de defensa que hemos creado contra lo que pudiéramos
llamar histeria afectiva: deseamos amar, deseamos que nos amen, hacemos todo lo
posible para que se produzca el milagro y, cuando éste sucede, rechazamos las
cualidades y defectos que nos diferencian del otro.
––No
te sigo… ¿Qué tiene que ver todo este discurso psicoanalítico con mi
comentario? Lo que te he dicho es mera especulación sobre un hecho puntual: un
hombre permanece serio y callado en un cotillón mientras dos mujeres de edades
distintas, ambas muy atractivas y sugerentes, no paran de charlar, divertirse y
disfrutar de la fiesta. Sólo te he contado la película que vi anoche en la
tele, lo primero que se me ha pasado por la cabeza sin detenerme un segundo
para analizar más detalles.
––Precisamente…
Has observado la escena y, sin más, has visto en esas dos mujeres una actitud
que reconoces en ti, ya forme parte de tu presente o de tu pasado.
––Mi
comentario está condicionado por el juego. Si el condicionante hubiese sido un
estudio, la elaboración de una tesis o algo por el estilo, te aseguro que mi
respuesta hubiese sido distinta y la hubiese elaborado de forma detallada.
––Al
contrario, me interesa mucho más la inmediatez de la respuesta, tu automatismo.
En realidad, se trata de un test clásico en la evaluación previa de un paciente
que se va a someter a terapia, ya sea un proceso psicoanalítico, ya sea una
terapia transaccional. Es Rorschach pero sustituyendo sus imágenes por
situaciones cotidianas que, tal y como has demostrado, no son tan cotidianas en
el momento que las interpretas fuera del contexto real. Al desconocer dicho
contexto, tu juicio inmediato espejea tu psique. Así, el instinto y la
intuición te hacen ver en los demás los nexos con tu pasado, con tu presente,
con tus gustos, con tus ligeros rechazos y con tus fobias ocultas.
––Joder,
espero que no se olviden de traer las uvas.
––Lamento
aburrirte con estas cosas.
––No
me aburres, Samuel, sólo he dicho en voz alta lo que se me estaba pasando por
la cabeza. ¿No es esa la base de tu experimento?
––Has
evitado un bostezo…
––Quizá
no sea ésta la mejor de las conversaciones para una noche tan especial. Pero,
bueno, si lo que quieres es deleitarte mostrándome todos los conocimientos que
has adquirido para construir tu nueva película, no tengo ningún problema.
Continuemos con el juego, aunque preferiría que me hablases de la dichosa
película, tema que suele ser más entretenido.
––¡Adriana,
llevo toda la noche hablándote de “Cinética”! “Cinética” va de estas
cuestiones; va de los anhelos sentimentales del ser humano y de cómo, con la
modificación de los ritos de atracción y apareamiento de nuestra especie, el
mono que somos se confunde y se autodestruye debido a su inteligencia, debido a
que la racionalización de todos los estímulos le lleva a buscarse a sí mismo en
los demás en lugar de a buscar lo complementario, lo que nos es útil de
nuestros semejantes, lo que nos perfecciona de los demás. La inteligencia utiliza
sus vericuetos para convencernos de que la pareja perfecta es ese personaje que
vemos en el espejo. Camufla nuestras imperfecciones diciéndonos «el que no se
parece a mí está contra mí. Porque yo, individuo parásito, bruto dominante, me
acepto tal y como soy; porque yo, posible depredador o futuro depredado, tengo
la certeza de que sobreviviré sin la necesidad de colaborar con la tribu, sin
la obligación de formar parte activa del equipo, sin la obligación de
evolucionar… Y es que yo, a nada que controle los mecanismos del hábitat, no
tendré la necesidad de cambiar mi actitud vital porque ya no vivo en la jungla,
vivo en el zoo, y aquí mi única misión es cumplir con las tareas mínimas, las
justas para que se cubran mis necesidades diarias. Con eso es suficiente. Es
más, dado que convivo con otros muchos de mi misma especie, tendemos a unirnos,
creamos redes ideológicas donde filtro y diluyo cualquier pensamiento que se me pase
por la cabeza, donde convierto en apóstoles de mi palabra a todo gañán que no
malgaste su tiempo en discernir. Y así uno, y al unirnos, al crear manadas, al
convertirme en líder de opinión, le digo a todas las especies que las
decisiones futuras se deben tomar siguiendo el criterio del vencedor, ya sea
tras unas votaciones democráticas o tras una guerra. El criterio más adecuado y
lógico no tiene nada que ver en este asunto. Se juega en términos comerciales
con un producto llamado “líder” con la intención de convertirlo en el número
uno en ventas o en votos, para el caso da igual. Así, la inteligencia queda
aplastada por una mayoría a la que, de forma conveniente, yo he convertido en fiel
reflejo de mi ego. Gracias a este artificio, termino proclamando que estoy en
posesión de la verdad absoluta porque unos cuantos ejemplares más de mi clan
han votado al bruto dominante, a mí, y así he logrado mi victoria sobre el
resto de animales del zoo. ¿Para qué necesito convencer si me basta con un voto
de diferencia sobre cualquier opción, sobre cualquier programa, sobre cualquier
rival? ¿Para qué demostrar la eficacia de mis ideas si en este juego sólo tengo
que meter un gol más que mi oponente, sólo tengo que jugar mejor o tener más
suerte?
––¡Lo
ves, me lo imaginaba! ¡Has llegado desde tu teoría sobre las relaciones
sentimentales a esta especie de discurso fascista! Pronto aparecerá el Führer y
se cumplirá la “Ley de Godwin”.
––¡Esa
ley es en realidad una regla, una especie de enunciado, y en este caso se va a
cumplir porque, de forma deliberada, tú estás introduciendo a Hitler en la
conversación sin ni siquiera establecer una comparación con algo de lo que haya
dicho yo. Simplemente lo mencionas para prevenirme, para evitar que siga por
ese camino, y, con sólo mencionarlo, el tema se desvía por completo hacia ese destino!
––Era
una broma, no es necesario que te alteres…
––¿Sabes
por qué cualquier debate tiende a cerrarse con alguna comparativa respecto al
régimen nazi?
––¿También
es una teoría tuya?
––Todo
cuanto digo son teorías mías… Verás, lo que hizo Hitler, entre el conjunto de
sus desvaríos, fue pervertir el sistema de forma absoluta. Puso a la mitad de
la sociedad mundial a experimentar con la otra mitad de la sociedad. No me
refiero sólo a experimentos médicos o a fórmulas de exterminio. Hitler escribió
con sangre la reglamentación del poder absoluto desde puntos de vista sociales,
culturales, políticos y económicos. Como un científico loco, forzó todos los
motores a ver qué pasaba y, para sorpresa común, en lugar de griparlos obtuvo
como respuesta una radiografía colosal y certera de la capacidad de tolerancia,
aceptación y resistencia del ser humano… Nos descubrió tal y como somos o,
mejor dicho, en qué somos capaces de convertimos cuando se legalizan las
posibilidades amorales; cuando se te dice que puedes hacer cuanto quieras
porque se ha abolido el criterio que identifica la maldad; cuando se te
convence, gracias a la creación de leyes, de que ya no existe ni el bien ni el
mal y sólo se juzgará el nivel de tu fidelidad al partido, de tu fe en su
manera de construir una nueva sociedad, de tu adhesión al objetivo de lograr
que perdure el nuevo modelo de organización social.
—¿Insinúas
que todos somos un poco nazis?
—Digamos
que la sociedad actual, cubierta con el ideal democrático, se sigue comportando
como toda aquella población alemana de estirpe aria: ni ve, ni oye, ni habla,
ni percibe el hedor de los crímenes del neofascismo. Se ha vuelto tolerante a
la intolerancia y el resultado de ese producto, tal como ocurre en matemáticas,
es la instalación y aceptación de lo negativo: de forma gradual, al tolerar la
intolerancia te vuelves intolerante. Poco a poco comienzas a temer que algún
factor externo, sea cual sea, haga desaparecer tus fuentes de placer, cosa que
ocurre de forma automática una vez que entra en escena ese miedo, ese temor
instalado gracias a la publicidad política. Más por menos siempre es menos. Por
mucho que nos rompamos los cuernos creando mecanismos positivos con el afán de aumentar
las libertades del individuo, tarde o temprano chocamos con la realidad
paradójica…
—Para
el carro. ¿Me vas a explicar que la libertad incluye en su formulación a los
tiranos pasados, presentes y futuros? ¿Me vas a contar que no se puede impedir
su acceso al sistema del mismo modo que no se puede detener a cualquier persona
para prevenir la posibilidad del delito, de la infracción que aún no se ha
cometido?... Todo esto, Samuel, ya me lo explicaste hace años. El mismo
argumento surgió por otro motivo. No sé qué lo provocó pero fue exactamente el
mismo razonamiento: debemos proteger los derechos universales que incluso
poseen quienes odian esos derechos.
—Exacto.
Así las cosas, los monstruos sociales sólo precisan de cierto apoyo por parte
de un sector de la población, contar con su fuerza económica, y servirse de una
contundente estrategia de comunicación para consolidar su poder. Pueden hacerlo
en la sombra, sin que nadie llegue a señalarlos con el dedo, o a plena luz,
venciendo a otros candidatos por una mínima diferencia de votos. Si en
democracia cualquier charlatán, un paleto o un actor mediocre, puede llegar a
gobernar una potencia mundial... también puede hacerlo el mismísimo
Mefistófeles ya que el sistema que desea destruir le garantiza el derecho a
intentarlo y que el pueblo tome una decisión al respecto. No es cierto que
Hitler llegara al poder de forma directa tras unas elecciones, pero sí lo es
que la posición en la que lo situó aquel largo y perverso proceso electoral que
culminó con la “Ley de Habilitación” de 1933, se convirtió en el trampolín
desde el que destruyó el maltratado sistema democrático alemán. Sólo así, autoproclamándose dictador, consiguió hacer lo que hizo. Todo ello llegó a
producirse porque la democracia, por definición, está obligada a ser débil, a
ser lo más permisiva posible. Es más, cada vez que intentamos reforzarla limitando
nuestras libertades, la monstruosidad de Hitler, como la sombra del Nosferatu
de Murnau, comienza a extenderse entre la ciudadanía. Por este motivo Hitler aparece
en todos los debates a medida que éstos se prolongan. Ocurre porque la sociedad
mundial, al completo, porta en sus células el ADN de aquel comportamiento inmoral.
Todos los habitantes del planeta somos, por muy terrible que pueda parecer,
herederos tolerantes del horror nazi.
–Y
del de Stalin…
–¡Ya
estamos! Comparar a Hitler con Stalin es algo tan estúpido como comparar la
dinamita con una bomba nuclear por el simple hecho de que ambas pueden matar
mucho y ambas hacen boom. Stalin, al igual que los lideres posteriores de la
URSS, también pervirtió una idea, una idea buena, una idea igualitaria y con
profundos matices morales. La doblegó hasta convertirla en el germen de un
ordenamiento social cercano a la distopía de Orwell aunque, a priori, semejante
destino pudiera parecer una incongruencia. Desde ese instante, la idea que se
exporta a otros países no es la del comunismo, se exporta el sistema empleado
por Stalin, el estalinismo, con todas sus purgas políticas, sus limpiezas
étnicas y sus crímenes contra la humanidad. Sin embargo, si algo nos ha
demostrado el paso del tiempo es que el estalinismo fracasa en lo político, en lo
social y en lo económico. Si lo miras desde la distancia te percatarás de que
China y Vietnam son dictaduras capitalistas camufladas tras el letrero carcomido
del comunismo; lo mismo le ocurre a Corea del Norte que no es más que el
imperialismo tradicional asiático aislado del mundo tras la muralla del terror;
y a Cuba sólo le queda la pobreza mientras se empeña en mantener una especie de
limbo donde la corrupción serpentea, desde el estado hacia la población, como
bálsamo para impedir que la presión social termine por hacer estallar el
régimen de Castro. Por decirlo de otra manera, los estados que copiaron el
estalinismo, hoy por hoy, son estados fallidos.
—El
fascismo y el nazismo también han desaparecido. Ningún país civilizado se rige
ya por esos términos.
—Al
contrario, Adriana. Debes ser más analítica, más crítica con todo el
conocimiento adquirido. Mete el bisturí, saca muestras del tejido y analízalas
al microscopio. El fascismo y el nazismo están instalados con sólidos cimientos
en todas las democracias capitalistas. No se trata de sociedades secretas, sus
actos y efectos se pueden ver funcionar a la luz del día porque, como ya hemos
hablado, en democracia hasta los monstruos tienen derechos. De una forma u
otra, todos trabajamos para esas sociedades y todos somos y seremos sus
víctimas. Te hablo de las multinacionales de la salud, de los monopolios
energéticos, de los lobbys alimentarios, de la banca privada, de mafias
bursátiles y, claro está, de las mafias de las armas y estupefacientes. Las piezas económicas
dominantes en el tablero de cualquier gobierno son, en realidad, las piezas
que gobiernan cada estado, cada país. Fíjate en el mundo actual y dime que no matamos de hambre, que no
propagamos pandemias, que no provocamos guerras relámpago, que no arrasamos los recursos vitales del planeta y
que no llenamos de drogas los barrios y las escuelas de los obreros, de los
parias, de los que sobramos. ¿Conoces algún sistema político que contemple este tipo de acciones en su argumentario? ¿A que sí? El “mundo feliz” de Huxley sólo se puede construir
gracias a una imposición de origen fascista sin que, para lograrlo, sea necesario
apretar el gatillo. El manejo de la economía como arma de guerra es mucho más
interesante, en lo que toca al control y al reporte de beneficios, porque, además,
garantiza la pasividad social.
—¡He aquí una
nueva teoría: la guerra económica nos convierte en ciudadanos pasivos!
—¡Así
es! Te pongo un ejemplo comparativo: si ves entrar en tu país a un ejército y
compruebas cómo sus fuerzas arrasan a la población… más tarde o más temprano
vas a intentar defenderte, vas a organizarte para huir o para atacar y, al
final, casi sin darte cuenta, habrás establecido tu propio movimiento de
resistencia que, al menos, supondrá una amenaza para tu enemigo. Por el contrario, si tu vecino
es estafado por su banco, pierde sus ahorros, pierde la vivienda familiar, cae en una depresión, se suicida y aquel seguro de vida que contrató, que pago religiosamente, se hace humo porque las compañías de seguros no pagan a suicidas, y los hijos de tu vecino comienzan a buscarse la vida, y, para mantener a la familia, trabajan en lo primero que tienen a mano, y el empleo se lo da un camello, y terminan enganchados, destrozados, convirtiendo tu barrio residencial en un barrio de drogadictos, sin
voz y sin voto… ¿sabes lo que ocurrirá en ese caso? Pues ocurrirá que la gran mayoría de la población achacará la desgracia de tu vecino y la del barrio a una
racha de mala suerte, a los daños colaterales de la vida o a la puñetera ley de
Murphy. Al día siguiente de conocer todo lo ocurrido, esa población enorme
seguirá a lo suyo, todo ella sin prestar atención, sin intuir que la misma mecánica invisible de la guerra económica pronto decidirá, siguiendo un algoritmo, que necesita reducir elementos de reparto para que los dividendos sean
cuantitativamente mayores. Entonces irán a por ti, a por mí y a por lo que quede de las marchitas clases
medias.
—¡Por
fin traen las uvas! ¡Joder, quedan cinco minutos para las campanadas!
—¡Que
le den a las puñeteras uvas y al puñetero año nuevo! ¿Cómo te puede producir
tanta ilusión este ritual absurdo? Lo que te estoy explicando es un millón de
veces más importante que esta patraña.
—Esta
patraña es capaz de sincronizar durante unos segundos toda la energía positiva
del planeta. Durante unos segundos nadie va a cometer ninguna tropelía y todos
desearemos algo bueno… Y eso seguro que le viene bien al mundo entero.
—¡Maldita
sea, vivimos en una roca que gira y se traslada alrededor del sol a una
velocidad de vértigo! Nadie que no sea un militar, un piloto de aeronaves o un
corredor de bolsa, es capaz de sincronizar algo en este planeta y mucho menos la bondad.
—Al
menos, los que hemos venido a esta fiesta lo vamos a conseguir. Con eso me es
suficiente. ¡Mira, ya han conectado con la Puerta del Sol!
—¡Da igual que la realidad supere a la ficción, la ficción se inventó para que la realidad dejase de tener importancia! ¿Realmente crees que la inercia de nuestros actos
variará su rumbo porque millones de personas tengan un deseo positivo durante
unos segundos?
—¡Está
bien! ¡Dejémoslo! ¡Tienes cuatro minutos para concluir el sermón anual! ¡Los
has pagado, consúmelos y déjame en paz! Por mucho que despotriques, quiero
disfrutar de mis segundos de felicidad.
—No
puedo…
—¿Cómo
que no puedes? ¿Qué quieres decir?
—Que
he perdido el hilo… Maldita sea, este texto resulta de lo más complicado. Por momentos ni
siquiera sé de qué estoy hablando.
—Eso
da igual, tira de tablas y sal del lío.
—No
puedo salir del lío porque haga lo que haga cada vez me lío más…
—¡Sí
puedes salir! ¡Lo que no puedes hacer es fastidiar esta noche! Te dejé muy
claro que no toleraría errores. Sobreponte o te juro que no verás un puñetero
euro.
—No
puedo, se lo juro, Adriana… Sé dónde tengo que llegar pero no sé cómo… ¡Me he
quedado en blanco, leches! Hubiese necesitado ensayar esta escena en lugar de
plantarme aquí recurriendo a mi capacidad para memorizar este sinsentido.
—Da
igual. Si antes de que termine el año no me has dicho lo mucho que he crecido
intelectualmente, equiparando mi preparación a la tuya y, así, por sorpresa,
admites que no puedes soportar compartirme con otros hombres porque yo soy tu
fantasía, la mujer que has creado de la nada como si fueras el mismísimo
Pigmalión… Si no sacas el anillo que te he hecho llegar, si no me lo muestras
con cierta torpeza y me pides que me escape contigo, lo vas a joder todo.
—¿Qué
coño voy a joder si no hay nada que joder? Estamos representando una farsa ante
un público inexistente… Todo este cambalache no es más que un sainetillo que me
has hecho representar sin darme explicación alguna. Nunca tendremos un aplauso
al final y nadie se fija en nosotros mientras lo representamos. Si fallo hoy no
pasará nada de nada porque, en realidad, esto es un ensayo que podemos repetir
hasta que salga bien, ya sea mañana o dentro de una año.
—No
habrá año que viene, gilipollas, todo termina dentro de dos minutos. Dime lo
loco que estás por mí, saca el anillo, pídeme que nos escapemos juntos y déjame
contestarte antes de que el tipo ese lo mande todo a tomar por culo.
—¿Qué
tipo?
—¿Quién va a ser? ¡El
tipo que se parece a Donald Trump!
—¿A
qué demonios te refieres, Adriana? ¿Conoces a ese hombre?
—¡Por
supuesto que lo conozco! Lleva años ocupando esa mesa. Siempre él y esas dos
mujeres. Da lo mismo que sea en este restaurante o en cualquier otro, cada
nochevieja él aparece y ellas aparecen. Los tres cambian de aspecto año tras año pero yo sé que son los mismos…
—¿Dices
que cambian de aspecto? ¿Y en qué te basas para asegurar que son las mismas
personas?
—En
que sus acciones se repiten con una constancia inaudita, son idénticas y, de
manera invariable, concluyen con el mismo resultado.
—¿Qué
resultado es ese?
—Verás,
en menos de dos minutos nuestro Donald Trump particular cogerá uno de los cuchillos para la carne y
se lo clavará tres veces a cada una de las dos mujeres, ni una más ni una
menos. A continuación tú intentarás ayudarlas, me dejarás sentada en la mesa tras haberte contestado que jamás he sentido nada por ti, te abalanzarás sobre él y, mientras suena la última campanada del
año, te matará a ti también…
—Adriana,
¿qué demonios estás diciendo?
—¡Qué
más te da! ¡No tienes que comprender nada, yo tampoco lo entiendo, sólo busco
una solución! ¡Sé un profesional y termina el trabajo por el que se te paga!
¡Maldita sea, van a comenzar los cuartos! ¡Saca el anillo y pídeme que me fugue
contigo, por favor, no dejes que finalice el año! No necesitas saberte el papel
para decirme eso… ¡Pídemelo, por favor!
—Está
bien… ¿Quieres casarte conmigo?
—¡No
quiero casarme contigo! ¡Quiero fugarme contigo!
—¿Puedo
retomar?
—No
queda tiempo, tienes que pasar al final, suelta lo que dirías si desearas
fugarte con una persona y dejar toda tu vida aparcada en el desguace…
—Esto es una locura, te conozco desde hace menos de una semana...
—Confía en mi intuición, durante estos años lo he intentado todo, variar hombres, lugares y circunstancias a lo loco, lo que fuera necesario para obtener un resultado diferente, para evitar esta masacre... Lo único que me queda por hacer es cambiar mi respuesta de aquella noche. ¡Maldita sea, ya comienzan las campanadas! ¡Corre, cómete las uvas y hazme la petición antes de que terminen!
—Está
bien…, lo haré... Adriana…, ¿quieres dejar…, todo tu pasado… atrás…, como si no…, hubiese
existido…, y fugarte conmigo… donde nadie… nos pueda… encontrar… jamás?
—Sí,
Samuel, claro que quiero… Eres el hombre más insoportable que he conocido
jamás, pero resulta que no puedo evitar amarte con toda mi alma, iré contigo
adonde quiera que me lleves.
—Feliz
año nuevo, mi amor…
—Feliz
2016, Samuel…
—¿Y
ya está? ¿Así terminamos? ¿Sin que pase nada ni demos ninguna explicación?
—Nos
besamos, nadie muere, las luces se apagan poco a poco, baja el telón… ¿Qué más quieres que
pase? A mí me parece bien dejar el final abierto y en alto…
—No
sé… Tengo muchas dudas.
—Explícate.
—Empecemos por el final: lo de terminar con la boca llena de uvas saca a la obra
del drama y la mete directamente en la comedia. También creo que los giros no
van a funcionar. ¡Sobre todo el último, cuando descubro al público que soy un actor que has contratado!
Pienso que deberíamos dar una pista anterior o adelantar el giro… Colocarlo tan cerca
del final da la sensación de artificio, parece que lo hemos metido con calzador.
—Sí,
lo revisaré. Tenemos que revisar también mi cambio de actitud, no puedo pasar de despreciarte durante toda la conversación a estar locamente enamorada. Además, creo que el ritmo decae con dos de tus monólogos y el
espectador se puede perder entre tanto razonamiento y teoría.
—Esa parte la escribiste tú, quítale peso y solucionado. Aunque todo lo que dice mi personaje es lo que quieres
transmitir sea como sea… ¿Nunca piensas en el precio que podemos terminar
pagando por estas obras?
—El
precio ya lo estamos pagando por no representarlas, o por representarlas y no explicarlas.
Fíjate cómo nos vemos ahora, recurriendo al teatro clandestino y jugándonos la
vida con cada pieza que levantamos. No sé si esos dos monólogos sobre el
fascismo son intrincados, lo que sí sé es que cuanto se dice en ellos es
necesario. En realidad, me da igual el ritmo, la gente necesita saber cómo
hemos llegado a esta situación.
—¿Tú
crees que la gente va a entender todas estas alegorías? ¿Crees que comprenderán
lo de Trump? Yo creo que no... Y luego está lo del final… ¿De buenas a primeras estamos atrapados en un bucle
temporal donde, en un día especial, se te repite una serie de circunstancias que sólo tú tienes la oportunidad de variar?
¡Es “Atrapado en el tiempo”, la de Bill Murray que despierta constantemente el mismo día! Y lo de tu personaje como una prostituta que enmienda un tipo estirado y sumamente culto es un poco "Pretty Woman" mezclado con "My Fair Lady"... ¿Recuerdas "My Fair Lady"?
—Yo
sí, pero nuestro público no… De eso sí que podemos estar seguros los dos.
—¡Cómo echo de menos el cine! Estoy seguro de que si
pudiéramos grabar esta historia sacaríamos conclusiones más certeras y en la edición quitaríamos lo que sobra y le daríamos ritmo a todo… Y lo que es aún mejor, podríamos llegar con nuestro mensaje a mucha más gente.
—Samuel, olvida ese sueño. ¿En qué sala proyectarías una película con contenido crítico con el sistema; en qué televisión la emitirías; en qué página la colgarías? Suficiente
locura cometemos con sacar adelante estas obritas... no me pidas además que me coloque junto a ti ante
el pelotón de fusilamiento.
—¿Seguimos
mañana?
—Mejor no jugárnosla. Quédate en casa y celebra la nochevieja con tu mujer y tu hijo. Revisaré los puntos que hemos
hablado, descansa estos días y nos vemos el jueves a eso de las diez. Te dejaré una
indicación donde siempre para que localices el nuevo lugar de ensayo…
—Entonces, Sara, sólo me queda desearte que sobrevivas al 2030…
—Ten
cuidado al salir… y sí, por favor, Juan, sobrevivamos al 2030…
—¡Ah! ¡Una
cosa más! ¿Por qué has llamado “Cinética” a la obra? El título me despista...
—Bueno…
La cinética es una parte de la física que estudia el movimiento sin atender a
las causas que lo provocan. Pensé que, de algún modo, a la sociedad global le ocurre
lo mismo; se mueve, siempre se mueve, pero nunca se plantea hacia dónde se dirige ni el
porqué de ese movimiento... Sólo mantiene la inercia, como si fuese una nave vagando en el espacio, hasta que se le hace tarde para evitar cualquier colisión desastrosa. Pero la colisión, el naufragio, es la consecuencia directa de navegar a la deriva. Cuando llega la hecatombe, tan sólo durante esas situaciones terribles, sucede que la humanidad se seca las lágrimas de cocodrilo, termina llorando de veras y, de una forma imposible, se sincroniza para hacer el bien; sólo en esos instantes cósmicos sabe que cada holocausto, cada tragedia global, cada atentado contra la inocencia; es en realidad culpa suya, de toda la sociedad. Sin embargo, sin que apenas nadie se percate, el movimiento continúa y la secuencia de acontecimientos, como en un bucle temporal, tiende a repetirse...
—Cinética...
—Sí, cinética...
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