jueves, 21 de mayo de 2020

EL HUMO EN LAS TRINCHERAS




Mantengamos los pensamientos claros. Distingamos entre el humo del rastrojo para descubrir el verdadero incendio.

Esta marioneta absurda que es Isabel Díaz Ayuso no es que vaya contra el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos; va contra la salud y los derechos de los madrileños. Y lo hace en pos de un interés, el interés de unos particulares muy concretos y muy localizables gracias a las fotos y vídeos de escopeta nacional que se están haciendo por las calles del rancio Madrid. No es una opinión. Es un hecho. Algo que se puede constatar con solo seguir el reguero de sus actos contra los principios sanitarios, de sus justificaciones de pizzería barata y de sus mentiras mitómanas promovidas urbi et orbi durante la singularidad de estos dos últimos meses. Y mucho ojo que aquí se debe reconocer su valía: ha cometido más desastres en la gestión de la CAM en sesenta días de confinamiento, que propuestas ha llevado a cabo en un año al frente de la Asamblea de la Comunidad. Con solo mencionar que su Directora de Salud, la que organizó el hospital de derivados en IFEMA, dimitió por no plegarse a sus requerimientos y firmar ese paso a la siguiente fase; queda aclarado el asunto.

Sacar a colación apartamentos de lujo a precio de saldo; clausuras de IFEMA con patada a 10.000 sanitarios; comidas basura para la descendencia de los más dañados; aviones perdidos y de hallazgo tardío e incompleto; mascarillas inservibles a coste de oro; subvenciones desaparecidas y la dolorosa noticia del pago de 7 millones de euros a la ACS de Florentino Pérez por los servicios prestados en tiempos de la muerte geriátrica; es muy necesario, es imprescindible, pero, para ella y para quienes la sostienen y financian, es el humo necesario, el humo que ciega nuestros ojos.

Tú no la importas. Ni la importas a ella, ni al PP madrileño, ni al nacional, ni, por supuesto, a Vox. Eres un número entre cientos de esquelas. Una figurita que deja de moverse si la miras desde la altura de la noria de “El tercer hombre”. Eres el atropellado en esa falacia comparativa, en ese discurso miserable de quienes explican, imitando a Trump, que es lo mismo el espacio improbable del accidente automovilístico que el espacio más que probable del contagio masivo. Con el discurso de esta gentuza, se va a tomar viento toda la probabilística y estadística analizada desde que se concibió la matemática aplicada.

¿Por qué lo hacen? ¿Por qué difunden semejante argumento enfangado en una lógica aparente pero inexistente? ¿Por qué incitan a la protesta en las calles de aquellos que, de forma histórica en tiempos de democracia, sólo se manifiestan cuando les tocan, o les desmontan, los principios amorales del nacional-catolicismo cavernoso de esta país que es España? Por una sencilla razón. Porque están al servicio del amo de la fábrica de coches y, en este caso concreto, al servicio del núcleo duro del turismo madrileño. Un lobby que no quiere reformas estructurales y laborales en el sector porque no desea que le impongan una verdadera calidad de cara al cliente, de cara a la reconversión económica de dicho sector y, ante todo, de cara al empleado. Un lobby que no desea reformas porque suponen un gasto que mejor se queda en la caja propia, aunque, a largo plazo, cercene su futuro. Pero abramos los ojos: en el mundo de los lobbys ¿quién piensa en el futuro? No te engañes. En el terreno de los grupos de presión se juega a lo inmediato y, en este “ahora”, están a punto de perder la campaña de verano. Algo que en Madrid, aunque los foráneos piensen que la capital no vive del turismo o que no vive de él durante el caluroso verano, supone unas pérdidas millonarias.

¿Son tus pérdidas? ¿Afecta a tu remuneración? ¿Atañe a tu trabajo esclavo consolidado tras la crisis del 2008? Sí, pero no. Porque tú, si se salen con la suya, vas a estar peor, mucho peor. Vas a exponerte, vas a contagiarte y vas a contagiar a tus cercanos. Tú sí, ellos, los de Núñez de Balboa, los Moralejos, no.

Sobre este punto, te planteo unas sencillas preguntas.

¿Cuántos de esos que le dan a la cacerola crees que han fallecido debido a la pandemia? Me adelanto a tu búsqueda en Google. El análisis de la influencia por sectores poblacionales, en lo que toca al tipo de rentas, arroja una respuesta clara: las clases medias y bajas son las que caen, las que mueren con amplia diferencia respecto a las clases altas. Otro interrogante: ¿Cuántos de los Cayetanos caceroleros se suicidaron durante la inconclusa crisis financiera que sufrimos desde hace doce años? Te lo digo yo, aunque, en tu fuero interno, conoces la respuesta. El dato es contundente: ninguno. ¿Cuántos de ellos se forraron con esa estafa hipotecaria de las subprimes? Más contundencia: todos. De forma directa e indirecta, pero lo hicieron todos sin ninguna duda a este respecto. Ellos sí, pero, parafraseando a Serrat, tú no, tú no, tú… no.

Tú a lo de toda tu vida: a interiorizar que se acabaron tus derechos salariales; a aceptar la quiebra de los derechos constitucionales; a ver cómo vuelves a depender de tus padres o de tus abuelos, o del pequeño patrimonio familiar ahorrado durante generaciones familiares a base de mucho trabajo, de mucho sufrimiento; tú a dilapidar tu futuro, tu educación, tu sanidad, todo lo público, todo aquello que sufragan unos impuestos que ellos no padecen porque no pagan en justa proporción.

Y, sin embargo, el Think Tank del PP, con Pablo Casado abanderando, Isabel Díaz Ayuso defendiendo el fortín corrupto en la capital, y Aznar en los fogones; repite el mantra trumpista; el argumento comparativo entre lo accidental y lo probable. Sin ir más lejos, el miércoles, día 20 de mayo, Pablo Casado exponía el pernicioso argumento en el debate para la ampliación del estado de alarma. Eso sí, llevándolo aún más a la derecha, no vaya a ser que, en una de estas, le gane su socio Abascal la posición de la oposición canalla: “Evidentemente, retorció, se evitan contagios encerrando en casa a 47 millones de personas al igual que se evitan accidentes laborales y de tráfico…” Con absoluta fachatez lanzó esta frase en sede parlamentaria. Porque ¿qué más da dónde se diga una falacia si, total, lo que se busca con ella es que el mensaje diseñado llegue y empape al mayor número de mentes despistadas? ¿Qué importa el foro si lo que se busca es implantar la idea de que debemos seguir viviendo, aunque muramos los de siempre?

Tú sí. Ellos, los dueños de la fábrica de coches, no.

De este modo, con estas tretas dialécticas, desvían tu mirada sobre la cuestión de fondo. ¿Por qué este movimiento de exaltación fascista precisamente ahora? ¿Por qué no en el pasado, en el 2008, cuando la economía mundial se iba a la mierda? ¿Por qué envían a sus huestes a los barrios obreros en busca de la confrontación, de la chispa mediática que genere el verdadero incendio? La respuesta concreta a estas preguntas, que parece evidente dicho lo dicho, es más que oscura, es tremenda para sus intereses, es aquella que se debe ocultar a tus ojos, es aquella que, sea como sea, tú no debes percibir de ninguna manera...:

Verás, esta vez, la naturaleza de la crisis es otra, es distinta a la de las hipotecas basura que nos vendieron; esta vez no es el resultado de su juego de póker especulativo; esta vez no se trata de un chantaje a los gobiernos del mundo que, como sabemos, se vieron forzados (con pequeñísimas y loables excepciones) a rescatar su sistema financiero con nuestro dinero y con los créditos que también paga ese mismo fondo, el de tu bolsillo, el de la caja salarial del currante. No. Esta vez ha sido un virus, un aleteo no pronosticable de la naturaleza, algo fuera de cualquier plan económico de las grandes fortunas y de las empresas que conforman los índices bursátiles, llámense IBEX-35, Dow Jones, CAC-40, DAX, etc, etc, etc… No, esta vez los cálculos de probabilidades económicas no han detectado lo que nos ocurre.

¿Y qué es eso que nos ocurre? ¿Que sufrimos una pandemia global? ¿Algo comparable a los futuribles efectos del calentamiento global que tan poco les importa a los gestores de todos los índices?

Sí, qué duda cabe. Pero, también, y aquí estriba la diferencia, esos gestores y sus gestionados ahora sufren otro efecto del que no dicen palabra: el de la mayor huelga general jamás pronosticada. Una huelga global sin previo aviso; estipulada, no convocada, por las organizaciones y los ministerios de salud de todo el planeta. Huelga global con servicios mínimos, con proyectos de rentas vitales para los más perjudicados, con ayudas para la viabilidad y resistencia de las pequeñas y medianas empresas, con pagos a los autónomos, con ERTES y no ERES… Una especie de paradoja en la cual los gobiernos progresistas (y algunos que no lo son, pero que actúan y asumen medidas similares de cara a próximas elecciones) están actuando como verdaderos sindicatos, protegiendo a las clases trabajadoras para que no incumplan su parón, para que resistan el hostigamiento del impago salarial y para que se atrincheren en aras de la salud general. Sí, trinchera, no encierro. No caigamos en otra argucia dialéctica. Tengámoslo claro. Tú (nosotros) lo que haces es defenderte, protegerte junto a los tuyos. Una defensa regulada, y muchas veces improvisada, según varía el comportamiento de los múltiples enemigos; una defensa que ellos, los dueños de la fábrica de coches, han detectado como un ataque, el de una huelga global inimaginable.

Ellos saben qué ocurre, tú, al parecer, no.

Ésta es la razón que motiva las algaradas fascistas, una huelga global que les machaca los intereses. La fábrica de coches no produce, no vende, y una inmensa mayoría puede percibir (porque esta nueva crisis se lo está constatando), que no se necesitan ni más coches, ni más petróleos, ni más gases, ni más carbones, ni más coltanes que los imprescindibles. Y, ya de paso, en un alarde, todo este movimiento también podría entenderse como una nueva revolución industrial y tecnológica, transmutable a las políticas de los gobiernos progresistas que, del mismo modo que la sociedad vulnerable, pueden apuntar hacia esa diana que en las grandes reuniones de mercadotecnia se denomina "nicho de mercado", aunque la vendan con el eufemismo “ventana de oportunidad”. Las energías alternativas, saludables, sanadoras… Un mirador desde donde buscar el enorme beneficio de la industria de la salud y la ecología; donde descubrir que se puede innovar y generar miles de puestos de trabajo en sectores relacionados con la investigación, con la reforestación, con la alimentación saludable, con la cultura no especulativa, con la educación universal y de calidad, con la microbanca ética, con el reciclaje no contaminante o con la conservación de lo necesario… En definitiva, con la reconversión de todos los sectores económicos destinándolos al bien común antes de vernos abocados a cruzar la última frontera, la última ocasión que nos brinda el futuro. Algo a lo que filibusteros como Aznar, Pablo Casado, Díaz Ayuso, Abascal y su escisión del PP; tildarán de sistema bolivariano, venezolano o comunista utilizando sus definiciones favoritas por el rechazo adoctrinado que provocan. Una falacia más porque, ante todo, lo que implica esta reconversión es un posicionamiento a la vanguardia de lo que va a ser necesario por imperativo natural; la única fórmula de equilibrio entre la salud general, la salud de los ecosistemas y el reflote de una economía que nunca podrá perder de vista la competitividad para mantener la espiral virtuosa. Un plan esperanzador y realista que significará una patada a las múltiples herencias de aquella lejana revolución industrial del siglo XVIII. Más a las claras: ese cambio estructural que tanto temen quienes no hacen nada por frenar el mal que nos ha llegado y que, con total seguridad, nos va a llegar desenfrenado y apocalíptico.

Me atrevo a decir que la nuestra, la enorme sociedad no acaudalada, la sociedad de currantes que temen por la pérdida de su puesto de trabajo indefinido (ojo al calificativo); la sociedad de quienes alternan trabajos basura día sí día también; la de los propietarios y socios de PYMES muy pequeñas; la de los autónomos siempre maltratados por una cuerda floja con forma de soga; esa sociedad entregada, luchadora y comprometida de verdad con un país al que ama y respeta sin necesidad de un baile de banderas; esa sociedad  integradora, no excluyente, que constituimos los demás… está muy entrenada en el honrado ejercicio de saber aguantar. Supimos resistir tras lo que nos hicieron años atrás y, pese a la pérdida de innumerables vidas, pese a padecer condiciones al límite de la dignidad, soportamos aquel terrible bombardeo.

Ellos, los Cayetanos de Núñez de Balboa, los Moralejos, los que dijeron sí a la guerra de Aznar, los que apoyan la desescalada de Pablo Casado y cazarolean los precipitados cambios de fase de Díaz Ayuso; son tan valientes porque a esos peligros, a esos frentes, ante esas balas te colocarás tú. Sin embargo, esta vez, quizá última, pueden estar perdidos si nos mantenemos en el puesto, en las barricadas, en nuestro hogar, en nuestra oportunidad y en nuestro ejercicio de responsabilidad.

Miremos más allá de tanto humo.



miércoles, 6 de mayo de 2020

A QUIEN CORRESPONDA



Queridos amigos y conocidos que estáis publicando críticas a la labor del ejecutivo en el material que comparto en FaceBook. Ya que a muchos de vosotros os conozco y sé que, como organizadores de un ámbito laboral, sois un auténtico desastre y además, de últimas, compruebo que en un momento delicadísimo para la salud general, sois capaces de esparcir tanto descalificaciones sobre cualquier posibilidad organizativa, como opiniones arbitrarias e informaciones de dudosa procedencia; deseo aclararos, una vez más, que ni entro, ni voy a entrar, en debate alguno sobre cuestiones que tengan que ver con teorías de médicos que saben más que otros médicos, políticos que lo harían mejor que otros políticos y ciudadanía que lo haría mejor que otra ciudadanía.

Mi pensamiento y actitud es de apoyo a las políticas que intenta desarrollar nuestro gobierno electo pese a que mantengo con él una postura crítica, alerta para que no se vulneren los pocos derechos y libertades que aún poseemos…

Pero no soy ni médico, ni virólogo, ni economista, ni oficial en los cuerpos de seguridad del estado, ni político en gobernanza. Sé que tampoco lo sois ninguno de vosotros. No, ninguno de vosotros tiene todos estos estudios y, caso que los tuvierais, nunca los habéis desempeñado al unísono. Es posible que tengáis cerca a alguien que se dedique a alguna de esas profesiones; es posible que algún profesional os dé su opinión sobre lo que está ocurriendo… pero, estoy seguro de que ninguna de esas personas tiene toda la información que se debe manejar para tomar disposiciones correctas cuando se lleva el timón de un país.

Pensad en esto: la toma de decisiones ante la novedad es un proceso que conocéis a pequeña escala porque lo realizáis cuando ésta aparece en vuestro universo cotidiano. Os describo cómo funciona vuestra psique al ver el producto extraño, el producto desconocido. Son solo seis puntos o fases:

• “¿Qué es esto?” (curiosidad)
• “¿Me apetece o no me apetece?” (atracción)
• “¿Lo pruebo? (experimentación)
• “Sí/No” (decisión)
• Acierto/Error (resultado)
• Análisis objetivo (conclusión empírica).

Realizamos todos estos pasos de forma constante, aunque no siempre llegamos a la última fase del procedimiento. No analizamos los motivos, las causas de nuestro comportamiento y, por lo tanto, no llegamos a ninguna valoración sobre el porqué de nuestra actuación en un sentido o en el contrario. No analizamos ni los aciertos ni los errores. No analizamos siquiera qué es qué.

Pues, ahora, trasladad dicho protocolo al comportamiento de una pandemia provocada por un virus desconocido y magnificad la escala hasta elevarla a un grado global.

¿Lo imagináis?

Suponed vuestra mente atendiendo a todo lo que debe atender el gobierno electo (esto de “electo” que no se os olvide o entraréis en un derrotero ampliamente deseado por quienes introducen ideas adversas a vuestros verdaderos sentimientos, a vuestra educación, a vuestro razonamiento…).

Cuando lo hayáis hecho llegaréis a la conclusión certera de que no podéis con el peso de ese cúmulo de problemáticas. Os diréis que para eso existen los gobiernos que elegís cada cuatro años. Para eso, afirmaréis, los gobiernos se rodean de equipos de expertos que deben estudiar cómo se van a desarrollar los acontecimientos futuros para, según su análisis, obrar en consecuencia. El término “equipo” aparecerá de inmediato en vuestra mente y, cuando lo haga, estaréis reconociendo de forma subconsciente su necesidad prioritaria.

Pero la realidad es otra…

La realidad es que nunca os ponéis en esta tesitura. Expresáis vuestra opinión condicionada, una y mil veces, por motivaciones externas: noticias de todo signo, información contrastada, contrainformación, motivación ideológica, tipo de educación y, sobre todo, valoración de resultados desde el ego, desde lo subjetivo. Si el resultado de lo que ocurre os afecta de una forma u otra, lo consideraréis positivo o negativo. Si el virus llevó al hospital a alguien muy querido y os encontrasteis con una instalación saturada, despotricaréis con lo que hicieron ciertos intereses con nuestra sanidad; si, por el contrario, el virus ni se paseó por vuestro entorno, os parecerán exageradas las quejas de los demás. Esto es así y es inevitable. Ocurre constantemente.

Pero volviendo al tema de lo que no somos, os diré lo que sí soy y, ante todo, lo que sí fui durante muchos años. Recurro a esta descripción de mi historial laboral sin entrar en detalles curriculares para poner venda antes que herida. Pudiera ser que penséis que se trata de pura vanagloria cuando mi intención es la de certificar mi criterio. Sé de lo que hablo porque lo he vivido y, en muchos casos, lo he protagonizado:

He desarrollado gran parte de mi carrera profesional como Coordinador de Producción en el entorno audiovisual. Este cargo, que es invención mía pues lo que hago, mi función, ni existe, ni tiene nombre en España; unifica dos puestos que, según cuenta una leyenda no escrita, están condenados a machacarse por representar cada uno intereses opuestos: la Jefatura de Producción y la Ayudantía de Dirección. O lo que es lo mismo, el ajuste presupuestario y la estrategia de ahorro, contra los ajustes en el plan de rodaje motivados por cambios que, en apariencia, resultan impredecibles durante cualquier filmación.

Intento explicarlo para los neófitos: desde la meteorología cambiante, hasta una escena que no termina de funcionar; desde un foco que se funde, hasta una innovación creativa del realizador; ciertas causas logran que el cronograma de rodaje varíe y haga saltar por los aires las previsiones presupuestarias y la comodidad de lo ya asentado en el calendario. Esto suele ocurrir durante semanas y de ahí la lucha y la leyenda de odio mutuo entre ambos cargos.

Pues, como digo, al margen de diseñar las creatividades de las campañas que me encargan mis clientes, de traducirlas a un guion, de producirlas, de realizarlas, y de crear una estrategia de comunicación; también cruzo en mi mente esos dos puestos antagónicos. Soy el puñetero hombre orquesta de la producción audiovisual española y no solo vivo para contarlo, disfruto un horror con cada encargo. Cuanto más complejo sea, mejor. Porque, comprendedlo, toda la información necesaria, puesta ante mis ojos, se convierte en simple arcilla, en un tablero de ajedrez multiforme que se revela mientras lo domestico, lo moldeo y adapto; mientras predigo errores basados en la experiencia y el análisis de las situaciones; mientras aconsejo al cliente y evito que ejerza los hábitos del pasado; y, sobre todo, mientras doto de nuevas herramientas, personalizadas según los diferentes proyectos, a equipos acostumbrados a una única fórmula de proceder, a la disciplina aprendida de la "vieja escuela", en la cual creo, pero que conlleva un inmovilismo terco respecto a las múltiples posibilidades organizativas. Todo ello, recuperando el asunto de mi amor por lo complejo, para poder contemplar, desde la invisibilidad de esas dos funciones, cómo la química de mi proceso de revelado desvela el retrato preciso, el imaginado sobre el lienzo de la nada más absoluta. Y eso, os lo aseguro, provoca un placer inmenso.

Pero, aún así, pese a tanta experiencia, tanto adelanto estratégico, tanto estudio de la tendencia y tanto esfuerzo por cubrir todas las manos en cada reparto de cartas; lo verdaderamente fortuito, el accidente real, el salto de un virus desde un animal salvaje a un ser humano... no lo puedo evitar. Contra el aleteo de la mariposa no puedo hacer nada de nada. Ni previsiones, ni planes, ni leches en vinagre. Simplemente ocurre, y es inevitable porque nadie puede predecir lo que se desconoce.

En resumen, esta fue la base de mi oficio: elaborar estrategias de trabajo para equipos; en unas ocasiones enormes equipos y, en otras, equipos reducidos. Todo ello con un único objetivo: alcanzar el mayor nivel de eficacia posible. A eso he dedicado muchos años de mi vida. Al control de daños en términos absolutos. Algo que se transforma en esa eficacia que cientos de personas que han trabajado bajo mi supervisión pueden corroborar sin cortapisas, aunque esa experiencia, la corrección de lo acostumbrado, les haya dolido. Porque, sí, la eficacia nos duele un huevo. Y, visto lo visto estos días, hacer lo correcto también nos duele. Debe ser porque no tenemos costumbre.

Pero, claro, realizando esta labor tan condensada en el área de la comunicación audiovisual, uno aterriza, aunque sea sin querer y tras la tramoya, en las empresas más importantes de este país y, siguiendo la teoría de vasos comunicantes, termina trabajando para políticos que han llegado a altísimos puestos de responsabilidad, incluso a la presidencia de comunidades autónomas o del país. Alguien pregunta ¿quién puede hacer todo esto? Y alguien responde: si quieres discreción, ahorro y grandes resultados... Manuel F. es la persona que buscas. Así fue como me introduje en un universo donde llevé a término muchas tareas sin atender a ideologías y, mucho menos, a la calidad de los productos que se me encargó vender. Y no hablo precisamente de fregonas o coches. Cualquiera de vosotros que haya trabajado conmigo o me conozca en el ámbito profesional, me habrá escuchado decir: “soy como un abogado, mi labor consiste en plantear la mejor defensa posible para mi cliente”.

Punto.

Por ese principio actué y me regí hasta que apareció en mi vida el 15M. Con ese movimiento transversal, transformé mi actitud social y laboral. Por primera vez, de forma altruista, decidí tomar partido a favor de quienes siempre pierden en el juego y decidí poner mis actitudes y conocimientos a favor de la ética social. Quizá me sentía sucio, quizá había contemplado y participado de la fabricación de demasiada mierda...

En fin, a lo que iba. Para desarrollar esas estrategias a las que me refería anteriormente, me vi obligado a estudiar vuestro comportamiento como masa manipulable. Siento definirnos de este modo, pero es lo que somos entre otras muchas definiciones.

Adelantarme a vuestras posibles reacciones; preparar soluciones caso que ocurriera alguno de los supuestos que manejo; preparar planes A, B, C…Z; y, como ya he dicho, evitar errores y sus cadenas de acontecimientos; conformaban, y aún lo hacen, el núcleo duro de mis funcionalidades. Algo, esto último, que llegó a convertirse en una de las micro-obsesiones que padezco. Imaginaos esa obcecación en un dislépsico con variante disgráfica…

Dejadlo, ya os explico lo que supone:

Si bajo el influjo de mis anomalías laterales, cualquier ejercicio sencillo relacionado con la escritura, o el orden natural de la correcta comunicación, se convierte en un martirio... cuando te dedicas a lo mío, esas anomalías te llevan al repaso del repaso del repaso de forma indefinida. Chequeo, chequeo y chequeo de manera compulsiva. Nunca nada está bien porque, en realidad, nunca nada está absolutamente bien. ¿Sabéis el motivo? ¿Sabéis por qué puedo afirmar esto? Porque el tiempo para tomar decisiones siempre discurre en contra de la decisión correcta. Quienes tenemos la posibilidad o el encargo de decir "ahora", "vende", "corten", "lánzalo"... no hacemos otra cosa que afinar la puntería pero, la mayoría de las veces, disparamos sin llegar a calcular la influencia de todos los factores. No disponemos de ese tiempo. Así, cuando damos en el centro de la diana a la primera, reconocemos en nuestro fuero interno, que solo hemos tenido suerte. ¿Que antes de apretar el gatillo sabíamos que íbamos a impactar muy cerca del centro? Por supuesto. Pero que ocurra, que el disparo sea certero al ciento por ciento en las condiciones de alta variabilidad a las que está sujeta la vida misma, es completamente improbable.

Así, por más que me empeñe, por más que utilice el microscopio de mayor aumento, por más que atestigüen sobre mi eficacia tanto mis clientes como mis compañeros, por más que la lista de mis éxitos en la gestión dé la vuelta a la manzana, y por más que me rodee del mejor equipo posible… puedo afirmaros que la infalibilidad no existe.

Pese a que el comportamiento del ser humano es tan fácil de predecir y de conducir… el diablo también juega y, no os equivoquéis, pese a la influencia de la fortuna, ese demonio tiene mucho más que ver con el pensamiento crítico, con ese instante en el que limpiáis de basura el disco duro y abrís los ojos. En el 98% de las ocasiones ese momento fascinante provoca que las previsiones sobre vuestro comportamiento fallen aunque, de inmediato, se reinicie un nuevo ajuste para volver a predeciros. El engranaje de engranajes, las matemáticas aplicadas a la probabilidad algorítmica, se reconfigura y crea un color nuevo, un sabor picante pero fresco, un brillo tecnológico, un modelazo con tallas nuevas, un "sin aceite de palma", una nueva bandera, un  nuevo mensaje común y poco definido, y una nueva barrera que determine la exclusividad o la accesibilidad. Con toda esa falsa novedad, se nos vuelve a llevar al huerto y entramos sonrientes en el bote de los dueños.

Dicho todo esto, ahora pensad. Si con tan poco se nos conduce por el camino del matadero… ¿qué os ocurrirá si la situación os confina? ¿Qué os ocurrirá si vuestros recursos, robados y desperdigados entre los de siempre, van mermando sin solución de futuro? ¿Qué os ocurrirá si comienza a aburriros el soma nuestro de cada día?¿Cómo reaccionaréis ante semejante estrés, ante una tortura sin palos ni alaridos?

La respuesta es sencilla: terminaréis suplicando que la situación varíe. Y entonces abrazaréis el lado contrario a la búsqueda del beneficio común que siempre os dictó la razón simple de la ética. Sin pensar en nada más, en ningún tipo de consecuencia inmediata, a nada que os dejen la llave de la puerta, os comportaréis de forma irracional. Porque afuera están las posibilidades y dentro la oscuridad de tantísimos días confinados.

¿Que el resultado de esta tendencia es el peor? “Bueno, pensaréis, quizá a mí no me toque ese resultado en la jugada” y vuestro individualismo superará la empatía colectiva. Afuera está la comida y, aunque la hayan colocado sobre un foso, sobre una trampa inmensa, vosotros tenéis hambre y a los demás… que les jodan.

Esa es la trampa en la que estáis cayendo, la trampa contra la que seguiré luchando con todas mis fuerzas.

Mi consejo es que busquéis la calma, el raciocinio por encima del impulso, y que no hagáis sandeces como bombardear, sin más conocimiento e influencia que vuestra causa, esa acción coordinada de un gobierno que se enfrenta a una inmensa cantidad de palos en las ruedas.

Recapacitad sobre lo mucho que nos jugamos y sobre las muchas personas ya se han jugado demasiado por todos nosotros.

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