Me pongo en la tesitura de analizar los hechos ocurridos en la reciente política española y, por más que los medios de difusión se empeñen en construir un relato surrealista, el pensamiento lógico me asalta y me hace buscar una narración más veraz o, si acaso, un análisis que no introduzca falacias en su razonamiento.
Y es que estamos viviendo una coyuntura con el PSOE que no se nos puede explicar como algo surgido por arte de magia o por ciencia infusa. Lo acontecido, el golpe a Pedro Sánchez, proviene de varios pecados originales −encadenados como causa que provoca el efecto y efecto que se convierte en causa− que, desde el mismo momento en que se cometieron, abocaron la situación del partido hacia el destierro del paraíso político.
Voy a explicarme atendiendo a ese pensamiento lógico
al que antes me refería y para ello, para no liar más todo este lío, tendré que
exponer mi teoría dando saltos en el tiempo que señalaré de forma conveniente.
En primer lugar diré que el PSOE no ha sabido entender
el cambio de los tiempos y de la política en España. Ya con el nacimiento del
movimiento 15M demostró tener poca cintura para quitarse de encima la
comparación e identificación −gritada mil veces en un eslogan famoso− con su aparente partido rival: el PP. En ese
aspecto, con Rubalcaba al frente, mantuvo una estrategia inmovilista y ya con
Pedro Sánchez como Secretario General no varió el rumbo hacia el abismo.
El aviso de Podemos en las Elecciones Europeas y lo
ocurrido en las posteriores Elecciones Autonómicas y Municipales, al parecer,
tampoco hizo pensar a los de Ferraz en cambiar el ritmo. Total, pese al
crecimiento de Podemos −imparable
hasta esa fecha−, al PSOE le fue bien en
aquella convocatoria y multiplicó sus cuotas de poder territoriales en plazas
perdidas o nunca conquistadas. Pero, claro, para conseguir ese aumento
potencial tuvo que casarse con Podemos y con quien no era Podemos.
El PSOE bajaba en número de votos pero los “barones”
(me revienta este calificativo en una formación que se dice de izquierdas)
conquistaban terrenos siguiendo una política matrimonial que imaginaron a la
usanza feudal: “no nos gusta la pareja pero sí que nos place su dote y, como es
inexperta, tiempo tendremos mientras gobernamos de hacer lo que queramos con
los amantes que apetezca”.
Así, por poner varios ejemplos, se fraguaron las
alianzas de Castilla-La Mancha con el Sr García Page; en Extremadura con el Sr.
Fernández Vara, en el Principado de Asturias con el ínclito Javier Fernández
(en este caso con IU)…
Se han de resaltar dos puntos respecto a los pactos
descritos: el primero es que se realizaron donde C´s no tenía nada que hacer
debido a los nimios resultados; y el segundo es que todos estos barones
pactaron con las dos formaciones −Podemos e IU− de las cuales,
después, cuando se conformó la marca Unidos Podemos, han echado pestes a la
hora de permitir que Pedro Sánchez formara un gobierno alternativo al del PP.
Por otro lado, como contrapartida, también se
fraguaron alianzas con el PSOE en las que Podemos o sus confluencias lograron
situar a candidatos al frente de ayuntamientos como ocurriera, entre otros, con
Barcelona y Madrid (aunque Ada Colau precisó pactar con un mayor número de
partidos que Manuela Carmena).
¿Quién podía imaginar, tras comprobar lo rápido que se
fraguaron estas uniones, que el apoyo a la candidatura de Pedro Sánchez para la
presidencia del gobierno se convertiría en una batalla campal? Otra cosa no
será, pero raro es de narices.
Mantengamos estos hechos en la memoria para la
deducción posterior y centremos la mirada en comunidades donde la política de
pactos señaló un patrón diferente, un modus operandi que puede arrojar luz sobre estas extrañezas.
Lo ocurrido en la Generalitat Valenciana supone un
caso reseñable para este cometido.
Y es que el Sr, Ximo Puig tuvo que practicar la
bigamia para desalojar al PP y, en estos menesteres, casó con Compromís y con
Podemos tras coquetear de forma torticera con C´s. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué
el PSPV buscó un posible pacto con C´s antes de los “Acords del Botánic”?
He aquí una gran clave de este tejemaneje que nos
obliga a trasladarnos en el tiempo dos meses atrás, al mes de marzo de 2015. En
esta fecha nos encontramos que el PSOE-A, liderado por Susana Díaz, no logra
mayoría absoluta en las elecciones andaluzas y que, ni corto ni perezoso, la
formación se decanta por pactar con C´s evitando pactar con la formación
Podemos que, por pura aritmética, le hubiese dado una cuota mayor de poder y de
estabilidad a la Junta.
¿Pero es estabilidad lo que pretendía Susana Díaz con
su política de pactos?
A todas luces, no.
Esta conclusión se infiere por otro hecho: Susana Díaz
rompe con IU, su anterior socio de gobierno, en enero de 2015 aduciendo lo poco
estable que era la alianza de las dos formaciones y, así, justifica su adelanto
en la convocatoria de elecciones. Un adelanto que, en realidad, podía generar
mucha más inestabilidad en la Junta tal y como ha ocurrido después a la hora de
dar el visto bueno a un gobierno para España. Por lo tanto, debemos analizar
los hechos para desmontar la excusa de la inestabilidad política que tanto
temía Susana Díaz.
Retrocedamos un poco más en el tiempo pero no
abandonemos la región:
La alianza del PSOE-A con IU se había desarrollado
durante tres años, sin amor pero con normalidad, hasta que el dirigente de IU
en la Junta de Andalucía, Antonio Maíllo, esgrimió la posibilidad de consultar
a las bases de IU si se mantenía o no el acuerdo. ¿Cuál era el
motivo de estudiar esa opción? El incumplimiento del pacto de gobierno
representado en 28 leyes de las que sólo dos llegaron a aprobarse.
Llevado todo −pasados esos tres años− a una propuesta de mínimos, Maíllo exigió la
aprobación de 4 leyes de aquel conjunto inicial de 28. Entre ellas
destacan una Ley Integral de Agricultura y una Proposición de Ley de Banca
Pública destinadas a hacer resurgir la producción agrícola andaluza, al pequeño
agricultor y a las PYMES.
Susana Díaz cogió la amenaza al vuelo y la puso de
justificante para romper un acuerdo que había tardado años en producirse. No
sólo eso. De inmediato convocó elecciones y, conocedora de su fuerza en la
región, dio paso para que entrasen nuevos actores en juego: Podemos y C´s.
Aferrándose al principio clásico de dividir y vencer, ella dividió y venció.
Logró los mismos escaños que en el año 2012, mientras que IU era arrasada por
el empuje de Podemos y el PP, por su parte, perdía 17 escaños entre
abstenciones y votantes descontentos que migraron su voto a C´s.
Una estrategia de manual que Susana Díaz cierra con su
mayor logro: llega a un acuerdo de gobierno con C´s −que sólo disponen de 9 escaños− y, bajo la máscara de la transparencia exigida
por la formación de Albert Rivera, se quita de encima a sus padres políticos los
cuales suponen un borrón para sus pretensiones futuras. De este modo, Griñán y
Chaves son obligados a darse de baja en el partido −por exigencia aparente de C´s− y Susana Díaz queda impune de su particular
parricidio socialista andaluz. El PSOE nacional, por su parte, respira aliviado
de no tenerlos en sus filas cuando, meses más tarde, Griñán y Chaves son
imputados por el caso de los ERE.
En definitiva, más potagia que magia para lograr que a
Susana Díaz nadie le enmiende la plana en la Junta. Porque C´s, como se ha
visto a posteriori, una vez logradas sus cuotas de poder, como formación sólo
sirve para que se mantenga el sistema bipartidista vestido con otra seda.
¿O sí sirve para otra cosa?
Para contestar a esta pregunta debemos recuperar en
este relato a Ximo Puig, dos meses después, buscando la manera de formar
gobierno en la Generalitat Valenciana… y recuperemos también su intento de
acuerdo, por la espalda, con C´s. Imaginémosle estudiando la táctica de Susana
Díaz y, con suma facilidad, sacaremos una clara conclusión: el dirigente
valenciano −y con toda probabilidad
la Dirección Nacional− constata que la
única fórmula que tiene el PSPV para anular a Podemos es pactar con C´s y
Compromís. Ximo Puig, con o sin órdenes centrales, ve clara la jugada de Susana
Díaz y la intenta clonar de tapadillo. Pero el modelo no es el mismo y Mónica
Oltra le retuerce el guión hasta el punto que conocemos. Mira tú por donde,
resulta que, del acuerdo final alcanzado en el Botánic entre PSPV, Compromís y
Podemos, germina una idea de pactos plausible para el gobierno central: la
coalición a la Valenciana.
Y entonces llegan las elecciones generales en su
convocatoria del 20 de diciembre del 2015. Tras el escrutinio de la votación, a
Pedro Sánchez se le abren dos caminos claros para lograr desbancar al PP y
hacerse con la presidencia del gobierno de España por mayoría simple. Son los
ya habituales: o con Podemos, el resto de partidos de izquierda y la abstención
de C´s; o con C´s aunque esto le obligue a solicitar la abstención de Podemos.
No es necesario que relate cómo se desarrolló esta
fase del proceso, es de sobra conocida. Pero sí debo remarcar la opción
escogida por Pedro Sánchez porque determina el patrón estratégico, la
imposición de Susana Díaz que, gracias al referéndum andaluz, constata el poder
que le confiere en la organización su granero de votos; un poder absoluto ya
que, al día de hoy, tras haber dilapidado aquel otro granero del PSOE en
Cataluña, los votantes de la Presidenta de la Junta significan la supervivencia
del partido en el ámbito estatal.
¿Con quién se desposa Pedro Sánchez en tiempo récord y
contra natura? Con Albert Rivera para asombro y cabreo de las formaciones de
izquierda. Acto seguido, se empieza a diseñar un relato con el que construir el siguiente mantra: Podemos vota lo mismo que vota el
PP y por eso España no se quita al partido corrupto de Rajoy de encima. La formación Podemos, según ese argumento falaz, es culpable de todos nuestros males.
Pero… ¿por qué no ocurrió al revés? ¿Por qué Pedro
Sánchez no buscó su pacto con las izquierdas para solicitar después la
abstención a C´s? ¿Por qué no empleó esta otra táctica para poder decir, a
posteriori, que el PSOE no había logrado llegar al gobierno por culpa de la
formación de Albert Rivera?
La respuesta se ve nítida y ya la he adelantado. Pedro
Sánchez asume el patrón estratégico de Susana Díaz: utilizar a C´s como cuña
para dejar dividida la oposición en dos bandos que, como cabe esperar, nunca serán aliados: el PP y
Podemos.
Y es aquí donde descarrila el tren de las estrategias
del PSOE: Podemos y las izquierdas votan en contra de la investidura de Pedro
Sánchez aún a costa de votar lo mismo que el PP. De este modo, el modelo de
Susana Díaz fracasa. Nos vemos abocados a unas segundas elecciones generales en las que el
PSOE perderá más votos tras retratarse y tras mostrar a sus seguidores cómo
emplea la confianza que le han otorgado con sus votos. ¿Alguien culpa a Susana
Díaz? No. El nombre del culpable se comienza a tallar en el árbol del ahorcado.
Tras estas nuevas elecciones, cambia el panorama de
pactos: C´s se alía con el PP −a
sabiendas de que no suman los suficientes apoyos para lograr la investidura de
Mariano Rajoy− y al PSOE sólo le queda
una opción: casarse en segundas nupcias con Unidos Podemos.
Pero, claro está, dicho maridaje puede hacer saltar
por los aires el chiringuito de Susana Díaz que, es más que sabido, mantiene una
guerra encarnizada contra la formación morada en Andalucía. Hay mucho poder en
juego, más del que se ve a simple vista, y Podemos, en Andalucía, puede tener
un refuerzo enorme con Unidos Podemos constituyéndose como apoyo de un gobierno
de Pedro Sánchez.
Es aquí donde la idea del golpe al líder del PSOE cobra
sentido; es aquí donde comienza la confabulación de Susana Díaz con los barones para los cuales perder el apoyo de Podemos no significará gran cosa; es aquí donde se habla con
Felipe González para que haga las veces de doble agente entre el PP y Pedro
Sánchez; es aquí donde el Grupo Prisa se lanza a degüello contra Pedro Sánchez; y es así como se determina el asesinato del César para preservar los
chiringuitos.
¿Por qué puedo afirmar esto?
Pues por simple contraposición de los hechos: si
consultamos hemerotecas, mientras se seguían las estratagemas de Susana Díaz,
nadie se alteró en el PSOE, nadie dio por malos unos resultados y, como es
lógico, todo el partido esgrimió la irrupción de las formaciones Podemos y C´s
como excusa del bajón electoral. Por el contrario, tras las segundas elecciones
y, sobre todo, tras las elecciones gallegas y vascas; nadie en el PSOE colocó
dicha irrupción como factor de la disminución de votos. De pronto, la culpa de
todo recayó en la gestión de Pedro Sánchez y su equipo; Felipe González afiló
el cuchillo sacando a la luz una conversación privada y su decepción con Pedro
Sánchez; el Grupo Prisa montó campaña para denostar no sólo al líder socialista
sino a la posibilidad de montar una candidatura alternativa junto al resto de
fuerzas de izquierda y, como colofón de la conjura, se abrieron canales de
comunicación con el PP para tener a Mariano Rajoy al tanto de los avances del
golpe.
Y sin más, sin pensar en los daños colaterales
inmediatos o últimos; sin tener un programa alternativo al de Pedro
Sánchez para evitar el desastre; sin tener en cuenta el maltrato infligido a la
imagen del partido… se orquesta un fraude en el que se utiliza hasta la
ausencia de los muertos (¡Pobre Pedro Cerolo!); se genera una suerte de
gabinete de crisis donde también se obliga a dimitir a Pedro Sánchez como
Secretario General de la formación; y, para colmo y remate, se impone una
gestora con un títere al frente al que conocemos por su trapicheo con el PP en
lo que se ha dado en llamar “La batalla de Oviedo”.
Provocar el punto y final de su partido, poner en
riesgo su historia y pasarse por la piedra a su militancia y seguidores, les da
igual: lo que importa es mantener contentos a los dueños de los respectivos
chiringuitos, los que mantienen en pie a los barones y tienen suculentos planes
para la baronesa. Todos ellos saben que la gente empobrecida pierde la memoria
cuando al hambre se le ofrece una migaja. El PP se lo demuestra a diario.
Pero, aunque la conclusión de este relato de intrigas
la conocemos y la sufriremos de sobra, debe quedar claro −esa es la pretensión de este artículo− que nada de lo acaecido se ha llevado a cabo
buscando lo que Susana Díaz llama “el interés general”. No. Nada de todo esto
se ha hecho para paliar los efectos en la sociedad de una corrupción de tal
magnitud que instauró la crisis mundial que aún vivimos. No. Nada de todo esto
se pensó mirando a la militancia a la cara ni pidiendo su opinión. No. Nada se
ha hecho para evitar los supuestos males del bloqueo institucional. No.
Lo único que sí se ha pergeñado, en realidad, es la
guerra de Susana Díaz contra Podemos −como si Podemos fuera el enemigo− con el
objetivo de limitar su ascenso y evitar el cacareado sorpasso al PSOE, no en
toda España, sólo en Andalucía, donde, oh casualidad, se descubrió el mayor
escándalo de corrupción del PSOE y la mayor estafa, en términos cuantitativos,
a las arcas del estado.
¿Alguien se imagina una auditoría, tanto de gestión
como de cuentas, en la Junta de Andalucía? ¿Alguien imagina que lo que está
realizando el gobierno de Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid, para valorar lo que hizo el PP durante 20
años, se pueda llevar a cabo en la Junta? ¿Alguien imagina lo que podría salir
de ahí?
Susana Díaz, los barones golpistas, Felipe González y
los dueños del chiringuito andaluz, sí.
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